“Un rebozo de seda, cabe por la circunferencia de un anillo”
Laura Pineda.
Desde niña crecí observando a mis bisabuelas parterna y materna, Leonor Muro y Laura Pineda cubrirse con un manto de colores sobrios, ellas mujeres de principios de siglo XX.
Leonor Muro desde que recuerdo era una tierna bisabuelita con el cabello cano peinado en dos largas trenzas, era chaparrita, muy sonriente amante de los gatos y el rebozo. Ella cubría su cabeza con el mismo de una forma peculiar, alzaba su cabeza y lanzaba una dulce mirada fulminante, mientras lucia singular prenda.
Laura Pineda mi bisabuela materna no salía a ningún lado sin su rebozo y en su día a día era la prenda que caracterizaba su persona, lo usaba mientras bordaba, para cubrirse las piernas y en las reuniones lucia sus distintos rebozos cubriendo con altanería sus hombros.
El fraile dominico Diego Durán en 1572 en su obra de las Indias, hace mención del rebozo, prenda mestiza que nace por la necesidad en las mujeres para cubrirse.
Durante la colonización inspirándose en los mantos y tocas de los frailes impusieron a las mujeres indígenas el uso del mismo para entrar a los templos, siguiendo el ejemplo de los mantos que usaban las españolas. Los tejedores de esos tiempos aprovecharon el telar prehispánico para la fabricación de estas prendas.
Con el uso del telar prehispánico, antes de la llegada de los españoles las antiguas mujeres usaban una prenda que facilitaba el trabajo de amamantar a sus pequeños y cargarlos.
La fecha exacta del uso del rebozo se desconoce para muchos historiadores, sin embargo el uso de materiales antes, durante y después de la conquista permitió en las indígenas el desarrollo y perfección de técnicas, ya que se acostumbraba a hilar con fibras y después aprendieron a trabajar la seda y la lana sin abandonar el algodón o el ixtle, ni lograr perder la tradición de esas pigmentaciones de origen natural como color coyuebe de origen prehispánico.
El rebozo se convirtió en una prenda particular, según el material y el modo de portarlo daba la sostificación del grupo social, sin embargo en otros segmentos cubría las funciones por las cuales fue diseñado: proteger del frio a las mujeres e inhibir con él por tradición en determinados sitios eclesiásticos atributos corporales.
Con el paso de los años y los acontecimientos sociales que marcaron a México, desde la conquista hasta la revolución el uso de esta prenda caracterizo el misticismo de la mujer mexicana convirtiéndose en una prenda identitaría que cubre a nuestras mujeres resaltando su belleza natural en cada uno de los municipios y estados del País.
El rebozo sin importar la clase social o actividad es una prenda indispensable en el guardaropa femenino, que suele combinar con todo, mi abuela Laura solía decirme: “Toda mujer que porta un rebozo, se distingue es diferente al resto porque lamentablente han dejado de usarlo, pero lo más importante hija, aunque no tenga novio, no pasara fríos”
Rebozo de bolita, rebozo de seda, rebozo hilado, rebozo tejido, rebozo pintado, rebozo bordado, rebozo de San Juan del río, rebozo de Santa María, rebozo de Oaxaca, rebozo de Aguascalientes…
Rebozos, que nos cubren del frío en las piernas de la abuela, rebozos que resaltan nuestra identidad y belleza, rebozos prenda única y característica que se porta en distintos colores y formas, merece la pena que nosotras las mujeres de principios de siglo XXI con nuestras ideas contemporáneas habituemos dentro de nuestra moda, las combinaciones del guardaropa que permite jugar y crear auténticos estilos usando en nuestro día a día valiosas prendas hechas en manos artesanas.
Son nuestros, son rebozos de México.
Comentario transmitido en La Hora del Juglar-Radiometropoli
Este texto fue posible gracias a las entrevistas con Leonor Muro y Laura Pineda.
Ivette Muro
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