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A veces Bogotá, me duele...


A veces Bogotá me duele, me duelen sus calles, me duele su ambiente.

Me duele la bruma, me duele el silencio, me duele la bulla

Bogotá, a veces me duele, me duelen sus calles con tanta basura, me duele ver humanos, humanos y humanos perdidos en el abismo, en la indigencia, viviendo, comiendo, durmiendo e internamente en la calle muriendo.

Me duele verlos pepenar, mientras divagan perdidos en un abismo, cuando la vida pasa tan rápida, asfixiante y suplicante como “la hora pico” en transmilenio rápido, rápido, rápido todo es rápido como el transmilenio que está por dejar a un pasajero, uno, otro, otro y otro bus, la gente corre a prisa, entra empujando y sale despavorida; pero el indigente camina despacio, camina ausente, su cuerpo presente, su mente ausente.

A veces Bogotá me duele, por tantos matices, por tantos contrastes, desde los frívolos barrios de la zona norte hasta las crueles calles en las zonas de tolerancia. Bogotá la Ciudad del Distrito Cápital, es abrazada por los hermosos verdes montes, imponentes e irradiantes...

¿Te quieres escapar un momento de Bacatá?

Observa al oriente, observa, vive y siente, las nubes tocan los cerros, la brisa besa tu cara, el frío viento juega con mi cabello, hace frío, es lo que me pierde, me hipnotiza, me mantiene viva, presente, alegre y cautiva.

Una fría mañana y ver la puesta de sol a las 6:20 hrs., allá con la mirada perdida por los montes y cerros, con la mirada en Monserrate, pero si un momento decido bajar la mirada por la Caracas sintiendo esa brisa, el frío entra a mi alma y Bogotá me duele.

Amo Bogotá, amo su gente, amo su forma de hablar y sus excéntricas manías de vivir la vida, amo su música, sus canciones, sus tradiciones, la salsa y los bellos matices de piel de las personas afrodecendientes, amo sus exóticas comidas con arroz y plátano maduro, amo sus frutas multisabores, sus flores, sus colores y olores.

Amo la Academía de Artes, amo la ASAB y cada mágico momento que se crea con disciplina y talento, adoro sus seres pensantes, transformadores de ésta caótica humanidad, aquellos perdidos en la cultura y las artes, amo la locura de los actores, la disciplina excéntrica en sus bailarines, las diversas melodías que logran el unísono día a día los pasillos y patios de la ASAB y aquellos que con lápiz pintan la vida de tantos matices.

Amo Bogotá, pero a veces me duele y me duele mucho.

Me duele ver a las palomas, hermosas aves citadinas pepenando en la basura, comiendo migajas, buscando las sobras en los basureros, en las avenidas, tan cercanas y tan distantes al habitante de calle.

“Desechables” eso, para mí si es un insulto como humanidad, la primera vez que lo escuchas puede ser gracioso, pero si analizas un segundo, “desechable” en mi país es un vaso o plato de plástico sucio e infuncional, un objeto inservible, una servilleta sucia y aun así, existe el recicle, “desechable” me duele, me duele escucharlo, me duele verlo, me duele escribirlo y me duele saber la referencia así de alguien.

Las aves no comen basura, vuelan y alcanzan el cielo, vuelan allá y cada vez más lejos, los humanos son seres pensantes que pueden volar tan alto como deseen, pero el habitante de calle, está como las palomas de Bogotá, pepenando entre bolsas, con las alas rotas y los sueños caídos, con la posibilidad de volar tan alto, pero no usa sus alas... solo escapa, brinca, se aleja y busca comida, presente y a la vez ausente.

Bogotá a veces me duele, me irrita su Ejercito, sus Fuerzas Armadas y sus Policías, me irrita verlos caminar por las calles, ellos no son los culpables, son humanos que decidieron unirse a un sistema gubernamental quizá como solución de vida, no son malos, más de mil veces me han ayudado a orientarme cuando me encuentro perdida, en mí ser, no está odiar a las Fuerzas Armadas, pero creo que empiezo a odiar con irritación a ciertos sistemas.

Crecí, en mi país rindiéndoles cariño y respeto, pero me irritan, me duele mi ser cuando los veo, me irritan, me irrita, me fastidia y me duele ver jóvenes portando un arma en vez de un libro, me irrita verlos caminar con la exagerada seguridad en las zonas turísticas, cerca de la Candelaria y los guardias custodiando el Palacio de Nariño, pero a unas cuadras más abajo hacia cualquier punto, Bogotá es diferente en colores y gente.

¿Que custodian?, ¿Qué cuidan?, ¿Que transforman?, ¿Qué proponen?, ¿Qué forman?, ¿Qué modifican al portar un arma?, ¿Que le cuidan al Palacio de Nariño?, ¿Qué modifican con su hacer en Colombia, con su mente de grandes y su cara de niños?

Sí bien, ya hubo un “man” que escribió en Colombia “Los derechos del Hombre”, António Nariño y sí, las armas estuvieron presentes en ese proceso acribillado de cambios, pero también necesitó como Martín Lutero conocimiento, libros e imprenta y logró mucho, “harto”, “harto” y “reharto” para conformar la sociedad colombina de hoy, al menos sembrar las bases con “el Libertador” y la “Libertadora del libertador”, en tiempos distintos para la Colombia de hoy.

Yo me pregunto, ¿Si hoy esos “manes” con mente de grandes y cara de niños, con sus armas y perros guardianes con bozal transformaran desde ahí Bogotá?, ¿Si hoy esos “manes” con mente de grandes y cara de niños desde sus “U” cautivas de Cadetes, formadoras de Oficiales, desde el Capitolio, desde la Guardia del Palacio de Nariño transformarán Bogotá?

A veces Bogotá me duele, por sus contrastes, por su silencio y olvido, porque el silencio se llama en mi tierra: “indiferencia”.

Los perros de ciertas razas no deben portar bozal, pero es Decreto Nacional; para ser sincera “Ataca más un hombre lastimado, adolorido, acribillado, ultrajado y pisoteado en su interior con un arma o bajo los efectos de una droga que un perro adiestrado”

“Pero ponle a los perros bozal” cállalos y ultraja sus sueños, humanos, caninos, del sistema, de la calle, de los que quieras.

Bogotá tiene avances como ciudad Cápital pero tiene rezagos como humanidad,

“Cultiva tu pueblo, levantas las alas, levanta los sueños, no des la espalda, quita el bozal que calla a tu sociedad”, no para repetir un Bogotazó, ¡No! ¡Así No!

Los Colombianos son aves, aves libres, fuertes y pensantes, todos y cada uno, con sus hermosas diferencias regionales, desde los Muiscas hasta los Paisas, desde el Valle de Cocora hasta Santa Martha y el Amazonas.

Colombiano, mi querido Colombiano hermano, eres fuerte, libre pensador y soberano, ¡Vuela!, ¡Vuela!, ¡Levanta tu mirada hacia Monserrate! escucha y vibra con tus ritmos: tu salsa, siente el viento y sábete vivo.

Eres multicultural en colores y sabores, éstas lleno de magia, cultura, deporte y arte.

Bogotá no debe doler, Bogotá no es solo de los rolos o los cachacos, Bogotá es compartida por Santanderianos, Caleños, Costeños, Paisas y más...

¡Hemé aquí Bogotá, escribiendo para ti!

No sé que me destroza en el interior Bogotá, tus palomas, tus perros custodios con bozal o tus sueños rotos de los habitantes de calle, tus sueños rotos por las mentes de grande y tus caras de niño o realmente el saberme pueblo hermano con la misma problemática en diferente medida, mi sociedad erosionada, también, aquellos con las alas caídas divagantes y ausentes, con los sueños rotos, pisados por un sistema del que no desean salir porque han elegido una forma de vida, con mentes de “grandes y caras de niño”, con un bozal en el alma, con el Popocatépetl lanzando fumarolas pero sin estallar, dormido tan dulce y plácidamente como Iztaccihuatl, con lo verde del paisaje agavero y Mayahuel no se cansa de repartir su néctar, perdiéndolos, olvidándolos, matándolos, en el abismo de los sueños caídos.

Bogotá, Bacatá, besas el Ombligo de mi Luna, recorres con tus pies descalzos mi río que corre entre piedras y entonces, pienso que estas aquí, que estoy allá, es lo mismo en diferente medida, a veces me dueles Colombia, tanto, como me dueles México.

Sueños rotos, alas caídas, ausente y errante pero a la vez con tus ojos cautivantes. Bogotá, Bacatá besa mis labios, juega con mi cabello, besa cada día con tu brisa mi cara, que ya llegarán los tiempos soleados del río que corre en la piedras y besaré tus labios, jugaré con tu brisa y arriba, en el Ombligo de mi Luna, cerquita de Monserrate, olvidarás y transformarás lo irritante porque tu sociedad y la mía sin sueños rotos será cambiante.


Academia Superior de Artes Bogotá y Casona del Rosarío.

19.Sep.2016

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