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Sensata imprudencia

Existen mujeres que rompen a los hombres buenos, que matan a los caballeros, a los trabajadores, que terminan con los hombres tiernos, visionarios, responsables, con aquellos divertidos y atentos. Hombres que en madera tallan para sí lo opuesto, dejan de ser "los príncipes buenos". Voces relatan a hombres que transforman mujeres buenas, lastiman a las tiernas, mujeres soñadoras que creían en el amor verdadero, aquellas que hablan bonito al oído y en tardes de luvia, mujeres de manos dulces acariciaban cabeza y frente.

Mujeres de cabello corto o largo que trabajan e impulsan metas y sueños.

Dicen las voces de los viejos tiempos, "si se flagelan las rosas, las mujeres se llenan de espinas porosas" flores no marchitas, flores silvestres que puedan llamarse "mujeres malas". Que sensata imprudencia cuando los insensatos, "los nuevos malos", mujeres y hombres o todos por igual; coinciden para recordar al amor, vivir el presente, llorar el olvido y cantarle al desprecio.

Porque todos los hombres tienen un amor incrustado que fue bueno y terminó siendo un fiasco, una historia guardada, un amor de antaño clavado en el alma, albergado en el pecho. Un amor privilegiado, que casi mata, inolvidable pero no tiene hoy, espacio ni tiempo.

Todas las mujeres guardan un amor imborrable, un amor azul al filo del alma, crispido como el agua de río pero ruin como el acantilado del peñasco, de algún precipicio.

Sensata imprudencia que ni cervezas, ni tequila con limón y sal, charlas con buenos amigos harán que dejé de llorar por "ella". "Ella". Y nosotras...

Somos tantas veces "ella" el amor que no quisimos corresponder, el amor que amamos con el alma, el imborrable, aquel amor dejó marcada una huella, no física, sino interna y por alguna razón que solo como mujeres y hombres sabemos, se puede amar en una contradicción infinita, misma razón por amor, se desea también lejos. Como hombres y mujeres, no es posible ser más una flor marchita que se desoja el sendero de las ilusiones muertas, ni caminar los pasos quietos levantado sudores secos.


Una rosa con espinas como un cactus sin suelo desprecia el amor, se cansa de ser nobleza, princesa y dama con quien no es caballero; mientras el caballero se pierde en el desierto con la mujer que no quiso ser con él una dama, sino plebeya olvidada en el arrabal.

Y se olvidan modales y etiquetas, se olvida el tacón y media, se olvida la corbata, el saco, se olvida el tabaco...

Se olvida... simplemente se olvida. Se olvida que aunque tantas veces seamos "ella" por la que llora el hombre la barra de algún bar, en una lejana circunstancia también los insensatos, los que nos llaman "los nuevos malos" también lloramos en silencio, solos o acompañados. Con tequila sin limón, con margaritas sin flor, con el interminable cuarteto de cuerdas jamas escuchado, el piano abandonado del rincón, las cuerdas de la guitarra vieja, las memorias de cada composición, en promesas no cumplidas, con lo clásico como el alma tierna...

El alma pide a gritos la tuba y trombón tiempo nuevo de clarinete y acordeón para que vibre y llore sin miedo la vida con sensata imprudencia. Los insensatos. Los nuevos malos, también coinciden.

Buenos que aprenden a ser malos.

Un Caballero ya sin armadura, desgastado de tantas batallas, con el alma sin fuerza, de cuerpo presente con la mente ausente a su ultima lista, sin espada, sin sueños nuevos ante el futuro incierto.

Caballero no de porte, sino de esencia vieja. Y ante la corte llega descalza la dama, sin corona en la frente, con el vestido rasgado, sin el anillo en el dedo anular puesto, descalza ante pasos, que dibujan nuevo sendero. Dice Sor Juana Inés de la Cruz: "Hombres necios que acuséis a la mujer sin razón..." "Mujeres de cabellos largos e ideas cortas..." que han de romper corazón. Los nuevos malos, los insensatos no compran flores para enterrar muertos.

Hombres y mujeres o todos por igual lloran y cantan, con tequila y sal.

En un presente latente con el alma quieta y la mente ausente, el futuro incierto deambula sin miedo al azul del cielo, sin miedo la vida.

Hombres y mujeres o todos por igual; vibran, lloran, cantan y ríen entre la melancolía de música y silencio.

Cuenta la historia de los libros viejos que:

"Alguna vez en esta vida existieron humanos buenos y malos, que coinciden en besos extraños cada cien años".


El joven sin rumbo se presenta a la corte, caballero de esencia, de armadura rota, oxidada, incierta. De vestido rasgado sin corona y zapatillas muertas llega descalza la antigua dama, la fugitiva de pasos tiernos.

Los ausentes de mente, los desconocidos, los insensatos coinciden sin etiquetas en besos callados, en besos extraños cada cien ellos, coinciden con sensata imprudencia.



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